9/7/10

Amor en el circo


Pablo Ruiz Picasso










• Regina LA TRAPECISTA
• Regina tenía un problema: vértigo.
• Pero no el vértigo a las alturas, como mucha gente tiene, sino al suelo. Por eso decidió hacerse trapecista, para estar siempre a ras del cielo y no tener que bajar nunca a la tierra.
• Regina miraba las coronillas de los chicos del circo y soñaba con una vida al mismo nivel.
• Con poder susurrar cosas bonitas a alguien al oído y no tener que estar siempre dando voces para hacerse oír.


• Aunque claro, ninguno de la compañía se atrevía a subir tan alto. Ninguno excepto Capirote, el hombre bala, pero siempre pasaba volando a su lado con tanta prisa...
• Y ni un hola le decía. Ni una simple mirada, ni un triste adiós.
• Y para colmo, el muy tonto, ya llevaba más de un mes atrincherado dentro de su cañón.
{.• Una noche, mientras el resto de la compañía dormía, escuchó algo.
• Al principio era un inapreciable susurro melódico, pero después fue incrementando su intensidad.



• Aquel cántico siguió durante todo el día y Regina, intrigada, preguntó a la gente de la compañía de dónde procedía aquella voz, pero no le supieron decir, pues nadie, salvo ella, la oía.
• Estuvo investigando la procedencia de aquella cantinela, y descubrió que sólo la oía en un punto muy concreto: frente al cañón de Capirote.



• El hombre bala, desde dentro, le cantaba canciones casi olvidadas, que salían del cañón disparadas y colisionaban con lo más profundo del alma de Regina.
• —Capirote... —clamó Regina—, ¡sube aquí, lánzate!
• El hombre bala tardó un tiempo, pero al fin se decidió a contestar:
• — ¡No puedo, necesito que alguien me encienda la mecha! ¡Y desearía que fuera usted!
• —No puedo bajar. Tengo vértigo —se dijo casi a sí misma Regina.


• Aquella noche la expectación fue máxima, ya que habían colgado carteles por todo el pueblo anunciando dicho evento.
• Como siempre, fue Bambino quien se encargó de encender la mecha. El hombre bala volvió a ganarse los aplausos de su público.
• Todo volvía a ser como antes.
• Lo que todos ignoraban era que para Capirote y Regina había empezado un idilio de amor que se limitaba a una única cita diaria de décimas de segundos, pero era tiempo suficiente para que cuando Capirote, durante la función, pasaba volando al lado de ella, se dieran un beso fugaz y Regina le colocara al vuelo una notita entre su mejilla y la correa del casco.


.• Durante el resto del tiempo alimentaban su deseo recordando aquel instante.
• Estuvieron así largo tiempo.
• Siempre sigilosos en su amor de cuentagotas.
• Hasta que por fin Capirote, con paciencia y dedicación, aprendió a encender sin ayuda de nadie, la mecha de su cañón.
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• RIKI BLANCO, Cuentos pulga, Thule Ediciones, Barcelona, 2006.