
Hay caminitos tristes, retorcidos,
por donde vamos siempre
cabizbajos y solos...
donde hay recodos hondos como nidos,
donde hay nidos de sedas
y cabecitas de oro...
Caminitos tan nuestros, donde entramos
con devoción fanática y humilde...
caminitos divinos,
que nos llevan tan lejos
del ambiente grotesco en que vivimos!
Una tarde lluviosa
penetré a otros caminos:
hallé algunos tan tristes
así como los míos,
donde dejó su paso
la sangre de una huella...
Otros solos... tan solos,
que no tienen más lumbre
que dos ojos oscuros,
lejanos como estrellas...!
Recodo azul
de María Antonieta Le-quesne

Comprendía Daniel, el Mochuelo, que ya no le sería fácil dormirse. Su cabeza, desbocada hacia los recuerdos, era una febril excitación, era un hervidero apasionado, sin un momento de reposo. Y lo malo era que al día siguiente habría de madrugar para tomar el rápido que le condujese a la ciudad. Pero no podía evitarlo. No era Daniel, el Mochuelo, quien llamaba a las cosas y al valle, sino las cosas y el valle quienes se le imponían, envolviéndole en sus rumores vitales, en sus afanes ímprobos, en los nimios y múltiples detalles de cada día.
Fragmento: El Camino, Miguel Delibes




















Camino despacio, no hay prisa...
entorno los ojos
abro mis sentidos
escucho el silencio
palpo el aire
huelo la lluvia
colores
olores
piel
100 sentidos
los míos
los tuyos
camino despacio, no hay prisa.



